miércoles, 8 de octubre de 2014

¿Qué opina nuestra iglesia sobre la Ley de "Educación Sexual y Salud Reproductiva"?

POSICION DE LA IGLESIA SOBRE EL PROYECTO DE LEY 61
Por la cual se adoptan políticas públicas de educación integral, atención y promoción de la salud”
  Queridos hermanos y hermanas en Cristo: 
En los últimos meses se ha estado debatiendo sobre el Proyecto de Ley No. 61, que entre uno de sus elementos contempla la educación sexual y salud reproductiva. Por lo delicado y relevante de este tema consideramos oportuno orientar a los fieles sobre la posición de la Iglesia Católica, al respecto.
La Iglesia dice SI a una educación en la  sexualidad, afectividad y  en valores.
Reafirmamos que la Iglesia consciente  de la “dimensión familiar de la educación del amor y del recto vivir de la propia sexualidad”, dice: “Sí a la educación en la sexualidad y afectividad de los niños y jóvenes, basada en valores y respeto a la dignidad de la persona”, donde los padres de familia sean protagonistas de la formación de sus hijos en una correcta y sana sexualidad. Los padres tienen el derecho y el deber inalienable  de educar a sus hijos y quienes colaboren en esta tarea, deben hacerlo siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos. 
Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales, como garantía necesaria y preciosa, para un crecimiento personal y responsable de la sexualidad humana. 
En virtud de ello, la Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual, separada de los principios morales, por lo que rechaza una “educación sexual secularizada y antinatalista”, alejada de la verdad sobre el hombre y la mujer como personas, y su participación en la obra creadora de Dios. 
Objeciones al proyecto de Ley 61. 
Consideramos que el Proyecto de Ley que contempla la educación sexual de la niñez y adolescencia:
·      No resuelve de manera responsable  la problemática que se quiere evitar, como son los embarazos precoces y las enfermedades que causan muerte en la juventud, como es el SIDA.
·      Sus normas, la mayoría de lenguaje ambiguo y confuso, se contrapone a una serie de normas vigentes de nuestra legislación de familia y de nuestra legislación penal.
·      Ninguno de los artículos del citado proyecto de ley, hacen partícipes a los padres como titulares del derecho y el deber de ofrecer educación a sus hijos; ni tampoco el Estado, con este proyecto,  da garantía  del derecho de los padres a opinar sobre qué clase de educación sexual recibirán sus hijos, conforme a sus creencias morales y religiosas.
La sexualidad es santa y buena. Implica la totalidad de la persona y solo tiene sentido si está al servicio de un amor comprometido, estable y responsable. Para que el valor de la sexualidad alcance su plena realización, es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor, y de integrarlo en el desarrollo de la persona. 
Debemos tomar una clara posición que supere el utilitarismo ético del “producir” y “disfrutar”, en una civilización “que busca  que las personas se usen como si fueran cosas”.  Para ello, es necesario que los padres de familia reivindiquen su propia tarea y, con precisión oportuna, ejerzan una acción educativa fundada en los valores de la persona y del amor cristiano, tarea a ser llamada con una “autónoma responsabilidad”, por el bien de la familia y de la sociedad.
Exhortamos a todos, cristianos y no cristianos, a colaborar para lograr una educación de la sexualidad y afectividad que promueva un auténtico compromiso, donde los padres sean los principales protagonistas de esa tarea formadora. 
Afectísimo en el Señor,
 
José Domingo Ulloa Mendieta, OSA
Arzobispo de Panamá

martes, 4 de marzo de 2014

Navidad, "Carnaval" y Cuaresma...

Los católicos celebramos muchas fiestas, se podría hasta decir que todos los días es una celebración, y es verdad, celebrar las fiestas es parte de la tradición cristiana desde los primeros tiempos. Y no es para menos que cada día tengamos más razones para celebrar, sin embargo, esta celebración no debe quedarse en una mera tradición y debe ser siempre centrada en Cristo Nuestro Señor y Salvador.

Toda esta fiesta que se vive en la Iglesia Universal, sería un verdadero desorden y un sinsentido si no estuviera sabiamente ordenada y programada en un Calendario Litúrgico por parte de la Iglesia, que como Madre y Maestra de todos los creyentes nos ayuda a proclamar nuestra fe y a celebrar de la manera más completa posible nuestra alegría Evangélica. En otras palabras, la Iglesia, junto a todos los fieles, celebran la vida y obra redentora de Jesús, todo el tiempo, todo el año, todos los días y nos ha dispuesto un itinerario de fe para que todos juntos celebremos la totalidad del Evangelio.


Muchas veces no somos conscientes de esta realidad, a veces nos ausentamos por día, meses o hasta años, pero la Iglesia no se sale de su itinerario y siempre nos espera para cuando queramos retomar el camino, ese que ojalá no perdiéramos de vista con tanta facilidad por causa de todos los vaivenes de la vida cotidiana.

Este artículo lo he querido titular Navidad, la palabra “Carnaval” (entre comillas para aclarar su significado original y que no forma parte de las fiestas de la Iglesia) y Cuaresma, porque precisamente son estos dos primeros momentos (navidad y cuaresma) los que marcan el inicio del Calendario Litúrgico de nuestra Iglesia, y ser consciente de la importancia de cada uno de estos momentos nos puede ayudar a vivir más y mejor nuestra fe como cristianos.

En primer lugar  hablemos un poco de la Navidad, la cual inicia realmente con el tiempo de preparación para la Natividad de Jesús llamado “Adviento”. El vivir el tiempo de Adviento nos ayuda a ver el verdadero significado de la Navidad, bastante alejado del carácter consumista que se nos quiere vender, con una celebración llena de excesos y despilfarro. Con el Adviento le damos la bienvenida a aquél que es la Luz del mundo y que viene de la manera más humilde para llamarnos a una vida más plena. Es un tiempo para recordar a esos primeros personajes y reflexionar el papel que jugaron en el Plan Salvífico de Dios, El Ángel de Dios que anunció la concepción del Niño, La Santa Madre de Dios como ejemplo de discípula y guía de todos los que creen en su hijo y el buen San José con su ejemplo de confianza y obediencia al Señor, entre otros.

Luego del Adviento viene la Epifanía y el bautizo del Señor, para luego entrar en un corto período de tiempo ordinario, es decir, sin fiestas especiales más que la Sagrada Misa de todos los días y la celebración diaria de cada Mártir o Santo que ha dejado la Iglesia a lo largo de toda su historia, los cuales se celebran por lo general el día que fueron llamados a encontrarse con el Padre, o la celebración de alguna Advocación especial de la Santa Madre de Dios o de Cristo quienes también siguen manifestándose a lo largo de la  historia de los pueblos.

Durante este período y ya cerca de iniciar la Cuaresma se da la celebración de los carnavales, una fiesta popular de carácter lúdico, la cual no tiene nada que ver con el calendario propuesto por la Iglesia, sin embargo, al terminar siempre el día martes de carnaval justo antes del Miércoles de Ceniza, se suele relacionar o  confundir con una fiesta cristiana. La palabra carnaval significa adiós a la carne y su origen se remonta a los tiempos antiguos en los que por falta de métodos de refrigeración adecuados, los cristianos tenían la necesidad de acabar, antes de que empezara la Cuaresma, con todos los productos que no se podían consumir durante ese período (no sólo carne, sino también leche, huevo, etc.) Con este pretexto, en muchas localidades se organizaban el martes anterior al Miércoles de Ceniza, fiestas populares llamadas carnavales en los que se consumían todos los productos que se podrían echar a perder durante la cuaresma.

Muy pronto empezó a degenerar el sentido del carnaval, convirtiéndose en un pretexto para organizar grandes comilonas y para realizar también todos los actos de los cuales se "arrepentirían" durante la cuaresma, enmarcados por una serie de festejos y desfiles en los que se exaltan los placeres de la carne de forma exagerada, tal como sigue sucediendo en la actualidad en los carnavales de algunas ciudades. Sin embargo, es bueno rescatar su intención original y utilizar esos días para prepararnos espiritualmente para la celebración del Miércoles de Ceniza y la Cuaresma.

Con el Miércoles de Ceniza, día en que estoy publicando este artículo se da inicio a un tiempo muy especial llamado Cuaresma, en este día se hace la imposición de las cenizas en forma de cruz en la frente, para recordarnos que nuestro tránsito por esta vida es pasajero y recordarnos nuestro llamado a la santidad. Es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.
Las palabras que se usan para la imposición de cenizas pueden ser las siguientes:
“Concédenos, Señor, el perdón y haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la vida”
“Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás"
“Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.

Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.

A partir de este día se da inicio a la Cuaresma, La duración de cuarenta días proviene de varias referencias bíblicas y simboliza la prueba de Jesús al permanecer durante 40 días en el desierto previos a su misión pública. También simbolizan los 40 días que duró el diluvio, además de los 40 años de la marcha del pueblo israelita por el desierto.

También para nosotros, como fue para los israelitas aquella travesía por el desierto, la Cuaresma es el tiempo fuerte del año que nos prepara para la Pascua o Domingo de Resurrección del Señor, cima del año litúrgico, donde celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal.

El camino de Cuaresma va a ser purificar el corazón, quitar de él todo lo que nos aparta de Dios, todo aquello que nos hace más incomprensivos con los demás, quitar todos nuestros miedos y todas las raíces que nos impiden apegarnos a Dios y que nos hacen apegarnos a nosotros mismos.


La Cuaresma tiene cinco (5) domingos más el Domingo de Ramos (seis en total), en cuyas lecturas los temas de la conversión, el pecado, la penitencia y el perdón, son dominantes. No es un tiempo triste, sino más bien meditativo y recogido. Es, por excelencia, el tiempo de conversión y penitencia del año litúrgico. Por eso, en la misa católica no se canta el “Gloria” al final del acto penitencial (excepto el jueves santo, en la misa de la cena del Señor), ni el “Aleluya” antes del evangelio. El color litúrgico asociado a este período es el morado, asociado al duelo, la penitencia y el sacrificio a excepción del cuarto domingo que se usa el color rosa y el Domingo de Ramos en el que se usa el color rojo referido a la Pasión del Señor.

Reflexionar toda esta celebración en todo su contexto, vivirla intensamente y sobretodo buscar la conversión del corazón, nos ayudará a llegar a una Pascua más fructífera para nuestras vidas, es decir, que dé más frutos de amor, perdón y misericordia para nuestros semejantes. Que este año sea para nosotros un año de éxito, pero no ese que nos vende el mundo, sino de un éxito espiritual, ese que no se acaba y que nos permite ser felices de verdad.



Bendiciones en Cristo Nuestro Señor, y que la Madre de Dios nos cuide y nos guíe en este caminar hacia el Padre. Amén.