Inicio este artículo proclamando este versículo porque
cada vez son más las personas que nos piden creer en Jesús, que lo aceptemos como
Señor y Salvador de nuestras vidas, pero al mismo tiempo piden que reneguemos de
nuestra fe en Él, que despreciemos su Santa Alianza y que abandonemos nuestras creencias en
Dios para adoptar unas diferentes, más acordes con el razonamiento de tal o cual
persona, sin la debida Tradición Apostólica, en resumen, que dejes de creer en
el Cristo en el que creían los Apóstoles para creer en un Cristo que se ajuste
a sus creencias distorsionadas y manipuladas para desmentir todo el mensaje de
Salvación de Nuestro Señor Jesucristo, o en otras palabras en un cristianismo
menos católico, sin María, sin Eucaristía y sin Cruz.
Es así de sencillo, o le creemos a Dios y a su Santa
Iglesia, o nos separamos de Él, hacemos nuestras propias sectas y tratamos de que otros nos sigan para no sentirnos
que estamos equivocados, justificando nuestra
falta de fidelidad basándonos en los errores y faltas de las personas que Dios ha
puesto al frente de su Iglesia. Nos olvidamos que la Iglesia que Cristo fundó somos todos nosotros los creyentes en Él y no
está compuesta por seres humanos perfectos sino por pecadores y personas que
luchan por alcanzar la santidad, y fue Él mismo quien escogió a esas personas para
iniciar su Iglesia, como por ejemplo en el caso de Pedro:
«Bienaventurado eres
Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que
ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra
quedará desatado en los cielos». Mt. 16,16-20
Pedro pecó contra el mismo Jesús y le dio la
espalda, lo negó, sin embargo con un gesto de misericordia, le dio la misión de
guiar al pueblo de Dios en este nuevo caminar llamado cristianismo. Todos
estamos llamados a esa misión evangelizadora en unidad, en una sola fe, un solo
espíritu y una sola Iglesia. Así lo comprendieron los primeros cristianos, los
primeros santos y mártires de la Iglesia Católica.
En nuestro país (Panamá) cada día vemos más de estas
sectas crecer y multiplicarse por doquier, la mayoría surgió con más fuerza al
separarse de movimientos católicos, al igual que algunos de sus fundadores. Lo
peculiar de estas sectas es que se enfocan en alejar a las personas de su fe
católica y buscar nuevos fieles para llenar locales comerciales y casas a los que
llaman “Iglesias”, a veces una en cada esquina y de una denominación diferente.
Lo único que tienen en común estas sectas, es su ataque a la Iglesia Católica,
a la Virgen María madre de Nuestro Señor Jesucristo y a todos los Santos que
han dado su vida por defender la fe católica, la fe en Cristo.
A continuación vamos a analizar la siguiente imagen en donde una de estas personas resume lo que debe ser la fe en Cristo,
por supuesto, desde su punto de vista personal e individual, desprovistas de cualquier
autoridad Apostólica y utilizando la Palabra de Dios de manera muy particular.
Para el completo análisis de este texto iniciaremos
con la primera afirmación en donde se menciona que todo el mundo cree en Dios,
pero realmente no todo el mundo cree en Dios, hay quienes lo niegan, quienes lo
adversan y quienes lo interpretan de muchas maneras diferentes, incluso hoy en día ya no se quiere ni hablar de Dios, la materia de religión ha sido prácticamente eliminada de los programas educativos y las personas que suelen hablar de Dios por lo general son criticadas y rechazadas por profesar su fe. Pero lo peor que podemos encontrar son aquellas personas que creyendo o no en Dios, buscan su propio beneficio utilizando la Palabra de Dios como instrumento para sacar jugosas ganancias, negocios millonarios y múltiples beneficios con la excusa infantil de que Dios los está prosperando, y predican un evangelio de éxito y abundancia, todo lo contrario a lo que Cristo nos enseñó.
Luego, continúa el escrito en cuestión, dice que las personas no quieren reconocer ni
abandonar su vida de pecado, lo cual puede ser cierto ya que todos somos
pecadores y tenemos nuestras debilidades,
sin embargo Dios nos concedió el libre albedrío, el derecho a escoger el
bien o el mal, y la libertad para
salvarnos o condenarnos, de acuerdo a nuestros actos y nuestra fidelidad. Si bien estamos llamados a anunciar el Evangelio, debemos hacerlo con misericordia y reconociendo en cada ser humano un ser digno, con sus defectos y virtudes, y con la posibilidad de ser salvo si Dios lo quiere así, aunque para nuestros ojos sea un pecador incorregible, nosotros no somos quien para condenar a nadie, solo somos siervos portadores de la buena noticia de la salvación que Cristo nos vino a ofrecer a todos, si la aceptamos.
Más adelante, sigue el escrito, nos habla de que hemos tomado un camino
equivocado, refiriéndose a todas las personas que no aceptan como verdad lo que él dice. Nosotros los católicos sabemos cual es el camino correcto, es Jesús el hijo de Dios, hijo de María, quien por medio de su misión
salvífica y su mensaje, nos ha señalado y enseñado el camino. Es por medio de sus
discípulos que nos llega su mensaje y a lo largo de la historia se nos ha transmitido a través de la Sagrada Tradición y la ininterrumpida sucesión Apostólica. Otro camino que surge siglos después y que no tiene estos requisitos mínimos, no parece ser "el camino".
Luego se presentan los pasos que propone seguir para
ser salvo según esta persona y son los siguientes: Reconocer el pecado,
arrepentirse, pedir perdón a Dios Padre, aceptar el perdón de Dios, recibir a
Jesucristo como Señor y Salvador de nuestra vida, por último, ayudar a otros a
conocer la palabra.
Es muy interesante que en estos pasos se resuma de
manera muy, pero muy corta, en lo que consiste la
Sagrada Eucaristía que celebramos todos los días y de manera especial los
domingos todos los católicos del mundo,
haciendo lo que Cristo nos mandó a hacer en conmemoración suya para nuestra salvación.
Para entender esta nueva Alianza entre Dios y el
hombre debemos profundizar un poco más sobre cómo se da a plenitud la Palabra de Dios
en Cristo nuestro Señor y Salvador.
Profundizando un poco en como Cristo instituyó la
Alianza Nueva y Eterna para el perdón de los pecados, debemos ir a las raíces
de la tradición apostólica y recordar que Jesús era Judío y siempre fue obediente
a sus tradiciones, a sus sacerdotes, a la Ley y a la Antigua Alianza que, a
resumidas cuentas, consistía en un ritual de sacrificio de un cordero por medio
del cual se derramaba su sangre sobre el arca de la Alianza para el perdón de
los pecados del pueblo de Dios. Esto lo hacía un sacerdote judío que debía
estar debidamente purificado para poder entrar al lugar sagrado para realizar
este sacrificio. Cabe resaltar que las personas no podían presenciar dicho
sacrificio sino que se hacía detrás de un manto que simbolizaba la separación
de Dios con los hombres por su pecado original. De esa forma y sin entrar en tecnicismos,
los judíos mantenían sus tradiciones judías que le aseguraban permanecer en
reconciliación con Dios.
La Novedad que trae Cristo es que Él mismo se hace
cordero y es su propio sacrificio el que perdona los pecados del mundo entero,
ya no solo del pueblo judío sino que ahora nos muestra su rostro, con su muerte se rasga el
manto que separa al hombre de Dios y nos acerca al Padre de manera muy
especial. Ahora bien todo esto suena muy sencillo, pero no lo es tanto. Veamos
con detenimiento qué nos dice y a qué nos reta Jesús con la institución de esta
Alianza Nueva y Eterna.
1. En
el primer paso (Reconocerse pecador) Jesús es muy claro al explicarnos
que todos somos pecadores, razón por la cual todos debemos reconocerlo, y el no hacerlo es un acto de soberbia que mantiene nuestro corazón cerrado a la gracia que Dios quiere derramar por medio de todos sus sacramentos.
En Juan 1,8 se afirma que "quien
dijera que no tiene pecado es un mentiroso y la verdad no está en él".
Por eso dentro de los ritos iniciales de la Misa lo primero que hacemos los cristianos católicos es el acto penitencial en el cual reconocemos nuestros pecados y que somos pecadores ante Dios y ante nuestros hermanos, algo así como una confesión pública de los pecados. De manera que esa primera afirmación los católicos la cumplimos a cabalidad.
Por eso dentro de los ritos iniciales de la Misa lo primero que hacemos los cristianos católicos es el acto penitencial en el cual reconocemos nuestros pecados y que somos pecadores ante Dios y ante nuestros hermanos, algo así como una confesión pública de los pecados. De manera que esa primera afirmación los católicos la cumplimos a cabalidad.
2.
El segundo y tercer paso en los que se habla del arrepentimiento y el
pedir perdón, en la imagen parece ser que esto se debe dar de forma privada, a
solas con Dios pero también Jesús nos hablo claro al respecto:
En Juan 20,23 ‘A quienes perdonen sus pecados, serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos’.
Por eso es importante pues confesar con la boca los pecados a alguien que nos los pueda perdonar con la autoridad que Dios le dio, y también debe haber una penitencia que exprese el arrepentimiento y la intención de no volver a pecar. Sin embargo, Jesús fue más allá y conociendo nuestras debilidades nos enseñó por medio del ritual del lavatorio de los pies, que siempre debemos limpiar nuestras culpas y que Dios siempre nos perdona en su infinita misericordia. Muchas personas interpretan esta cualidad misericordiosa de Dios a su conveniencia, pecando intencionalmente para luego ir y confesarse sin un verdadero arrepentimiento de corazón, pero no se engaña a Dios de esa forma, solo se engañan a sí mismos porque Dios ve los corazones y lo que hay en ellos. El sacramento de la reconciliación (Confesión) es de suma importancia para poder recibir el Sacramento de la Comunión con Dios (Eucaristía) del cual hablaremos más adelante.
En Juan 20,23 ‘A quienes perdonen sus pecados, serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos’.
Por eso es importante pues confesar con la boca los pecados a alguien que nos los pueda perdonar con la autoridad que Dios le dio, y también debe haber una penitencia que exprese el arrepentimiento y la intención de no volver a pecar. Sin embargo, Jesús fue más allá y conociendo nuestras debilidades nos enseñó por medio del ritual del lavatorio de los pies, que siempre debemos limpiar nuestras culpas y que Dios siempre nos perdona en su infinita misericordia. Muchas personas interpretan esta cualidad misericordiosa de Dios a su conveniencia, pecando intencionalmente para luego ir y confesarse sin un verdadero arrepentimiento de corazón, pero no se engaña a Dios de esa forma, solo se engañan a sí mismos porque Dios ve los corazones y lo que hay en ellos. El sacramento de la reconciliación (Confesión) es de suma importancia para poder recibir el Sacramento de la Comunión con Dios (Eucaristía) del cual hablaremos más adelante.
3. En
el cuarto paso esta persona nos indica que debemos aceptar algo que Dios
nos da gratuitamente, su perdón. La verdad es que más que aceptar el perdón, debemos pedirlo incesantemente todos los días y agradecer a Dios su infinita
misericordia, claro está, si hemos creído en Él y si estamos dispuestos a hacer
todo lo que nos ha mandado.
4. En
la quinta afirmación se nos invita a recibir a Jesucristo como Señor y Salvador
de nuestras vidas, como una especie de declaración en la que lo recibimos
espiritualmente, de manera que ellos explican que Jesús hablaba en modo
figurado, y no solo eso, sino que según algunos
de ellos lo que quiso decir Jesús era que se bebe la sangre de Cristo
creyéndole y que se come su carne siguiéndole,
sin embargo, que nos dijo Jesús realmente al respecto, a Jesús lo
recibimos como comunidad y como Iglesia, no se recibe a Cristo de manera
Individual, Él se nos da a todos por igual, a todos los que creemos en Él y en
su mensaje salvífico por medio de una nueva Alianza y por medio de este
mensaje:
Jesús
les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del
hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el
Padre Viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también
vivirá por mí. (Juan 6:53-57)
Los primeros que abandonaron la fe se basaron en la incredulidad a estas mismas palabras, muy fuertes por cierto, muchos de los que lo escucharon ese día se escandalizaron y abandonaron la fe en Jesús, creían que estaba loco y que se refería a algo así como canibalismo, del mismo modo pasa hoy con muchas personas que no ven en la Eucaristía y en el pan consagrado el cuerpo de Cristo. No entienden que Jesús nos dio esa orden y los primeros cristianos, los primeros Apóstoles y todos los discípulos de ellos entendían claramente el sentido de la obra salvífica de Cristo. Reconocer a Cristo presente en la Sagrada Eucaristía y en todos los Sagrarios del mundo es un acto de fe que solo los que creemos en las palabras de Jesús podemos entender, de lo contrario parecería una necedad.
Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman; esto es mi cuerpo.» Después tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: «Beban todos de ella: esta es mi sangre, la sangre de la Nueva Alianza, que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de sus pecados.
( Mateo 26:26-28)
Los primeros que abandonaron la fe se basaron en la incredulidad a estas mismas palabras, muy fuertes por cierto, muchos de los que lo escucharon ese día se escandalizaron y abandonaron la fe en Jesús, creían que estaba loco y que se refería a algo así como canibalismo, del mismo modo pasa hoy con muchas personas que no ven en la Eucaristía y en el pan consagrado el cuerpo de Cristo. No entienden que Jesús nos dio esa orden y los primeros cristianos, los primeros Apóstoles y todos los discípulos de ellos entendían claramente el sentido de la obra salvífica de Cristo. Reconocer a Cristo presente en la Sagrada Eucaristía y en todos los Sagrarios del mundo es un acto de fe que solo los que creemos en las palabras de Jesús podemos entender, de lo contrario parecería una necedad.
(
Adicionalmente pero no menos importante es declarar con la boca que Cristo es nuestro Señor y Salvador y para hacerlo los católicos de todo el mundo declaramos en cada Misa el Credo, una oración un poco larga pero con la cual resumimos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en su Iglesia y en toda las enseñanzas que nos dejó. Además, rezamos en comunidad la oración que el mismo Cristo nos enseñó, "El Padre Nuestro".
5. Por
último nos dice la imagen en cuestión que debemos ayudar a otros a conocer la
palabra, sin embargo, a qué palabra exactamente se refieren, porque estas
personas desobedientes a la fe original, la de los primeros cristianos se sienten
tan dueños de la palabra. Por la sencilla razón que fueron los primeros en
distribuirla libremente y permitiendo que cada persona leyera e interpretara
los evangelios a su antojo. Ese es el mayor mérito de la Reforma Protestante,
publicar la palabra de Dios, la cual hasta ese momento había sido celosamente
resguardada y proclamada por todo el mundo por la Iglesia Católica, manteniendo
la Doctrina original casi intacta. Pero con la reforma protestante y la
distribución de la Palabra de Dios para la libre interpretación, se abrió paso
a un sinnúmero de interpretaciones que dan como consecuencia que hoy existan
igual número de sectas, algunas más alejadas que otras de la verdad, y con una
sola cosa en común, su ataque a la única Iglesia que Cristo fundó, la católica.
Ahora podemos ver que lo que nos sugiere el escrito de la persona ya existe, no es nada nuevo, y consiste realmente y de
manera más completa en la Eucaristía o Misa Católica, la cual es proclamada todos los
días en todo el mundo de manera uniforme y con una sola interpretación apostólica y a la cual se le dio la autoridad para atar y
desatar.
Como podemos darnos cuenta el camino a la conversión
expuesto por la persona en cuestión es una copia muy resumida de la Misa, pero, la
Santa Misa es mucho más completa, ordenada y conforme a la voluntad de Dios.
Sería cómodo y fácil hacer de este Ritual Sagrado que proviene de los primeros
cristianos, un espectáculo, con música elaborada, con gritos y experiencias
sobrenaturales, pero la belleza de la Misa está en su sencillez, en la humildad
con que se realiza y en la conciencia de que lo que se está haciendo es algo
Sagrado, instituido por Cristo para la salvación de las almas. En resumen es la
mayor expresión de la misericordia y el amor de Dios en la tierra, celebrada
por el pueblo de Dios, todos los días.
Para lograr que Jesús
reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y
reflexión del Evangelio, la oración personal, colectiva y los sacramentos son los medios para conocerlo
y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor.
Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.
Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla y preparémonos para su encuentro viviendo una vida conforme a su voluntad, y pidiendo perdón por nuestros pecados de manera frecuente por medio de la Confesión.
Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
Debemos tratar de imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros. No se trata de tener éxito, abundancia y milagros, se trata más bien de servir, amar y obedecer como Cristo lo hizo hasta la cruz y hasta dar su vida por nosotros.
Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida y eso es lo que significa ser católico, anunciar el Evangelio en nuestras circunstancias particulares, como laicos, como pareja, como familia, y aún más si estamos llamados a la vida consagrada, como es el caso de los sacerdotes y las monjas. Ser católico no es un título, más bien es un compromiso de fidelidad y obediencia a Dios y a su Iglesia.
El mensaje de esta persona termina con una decisión, y es cierto, podemos elegir seguir a Cristo o rechazarlo, nosotros decidimos seguirlo.
Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla y preparémonos para su encuentro viviendo una vida conforme a su voluntad, y pidiendo perdón por nuestros pecados de manera frecuente por medio de la Confesión.
Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
Debemos tratar de imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros. No se trata de tener éxito, abundancia y milagros, se trata más bien de servir, amar y obedecer como Cristo lo hizo hasta la cruz y hasta dar su vida por nosotros.
Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida y eso es lo que significa ser católico, anunciar el Evangelio en nuestras circunstancias particulares, como laicos, como pareja, como familia, y aún más si estamos llamados a la vida consagrada, como es el caso de los sacerdotes y las monjas. Ser católico no es un título, más bien es un compromiso de fidelidad y obediencia a Dios y a su Iglesia.
El mensaje de esta persona termina con una decisión, y es cierto, podemos elegir seguir a Cristo o rechazarlo, nosotros decidimos seguirlo.
A lo largo de la
historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por
Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra
cristera en México en los años 20’s, quienes por defender su fe, fueron
perseguidos y todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el Principio y el Fin de todo el Universo.
La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el Principio y el Fin de todo el Universo.
Celebremos a Cristo Rey
del Universo creyendo en Él y en la plenitud de su mensaje, y que se nos ha transmitido de manera ininterrumpida
por su única Iglesia que prevalecerá hasta el fin del mundo.
Jesús responde a Pilatos cuando
le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos: "Mi Reino no es de
este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que
no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí" (Jn 18, 36).
Cristo
Rey anuncia la Verdad y esa Verdad es la luz que ilumina el camino amoroso que
Él ha trazado, con su Vía Crucis, hacia el Reino de Dios. "Si, como dices,
soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."(Jn
18, 37) Jesús nos revela su misión reconciliadora, Dios mismo se hace hombre y
devuelve a la humanidad la posibilidad de regresar al Reino, cuando cual
cordero se sacrifica amorosamente en la cruz.
¡Que Viva
Cristo Rey!
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