Los católicos celebramos muchas fiestas, se
podría hasta decir que todos los días es una celebración, y es verdad, celebrar
las fiestas es parte de la tradición cristiana desde los primeros tiempos. Y
no es para menos que cada día tengamos más razones para celebrar, sin embargo,
esta celebración no debe quedarse en una mera tradición y debe ser siempre
centrada en Cristo Nuestro Señor y Salvador.
Toda esta fiesta que se vive en la Iglesia
Universal, sería un verdadero desorden y un sinsentido si no estuviera sabiamente
ordenada y programada en un Calendario Litúrgico por parte de la Iglesia, que
como Madre y Maestra de todos los creyentes nos ayuda a proclamar nuestra fe y
a celebrar de la manera más completa posible nuestra alegría Evangélica. En
otras palabras, la Iglesia, junto a todos los fieles, celebran la vida y obra
redentora de Jesús, todo el tiempo, todo el año, todos los días y nos ha
dispuesto un itinerario de fe para que todos juntos celebremos la totalidad del
Evangelio.
Muchas veces no somos conscientes de esta
realidad, a veces nos ausentamos por día, meses o hasta años, pero la Iglesia
no se sale de su itinerario y siempre nos espera para cuando queramos retomar
el camino, ese que ojalá no perdiéramos de vista con tanta facilidad por causa
de todos los vaivenes de la vida cotidiana.
Este artículo lo he querido titular Navidad, la
palabra “Carnaval” (entre comillas para aclarar su significado original y que
no forma parte de las fiestas de la Iglesia) y Cuaresma, porque precisamente
son estos dos primeros momentos (navidad y cuaresma) los que marcan el inicio
del Calendario Litúrgico de nuestra Iglesia, y ser consciente de la importancia
de cada uno de estos momentos nos puede ayudar a vivir más y mejor nuestra fe
como cristianos.
En primer lugar hablemos un poco de la Navidad, la cual
inicia realmente con el tiempo de preparación para la Natividad de Jesús
llamado “Adviento”. El vivir el tiempo de Adviento nos ayuda a ver el verdadero
significado de la Navidad, bastante alejado del carácter consumista que se nos
quiere vender, con una celebración llena de excesos y despilfarro. Con el
Adviento le damos la bienvenida a aquél que es la Luz del mundo y que viene de
la manera más humilde para llamarnos a una vida más plena. Es un tiempo para
recordar a esos primeros personajes y reflexionar el papel que jugaron en el
Plan Salvífico de Dios, El Ángel de Dios que anunció la concepción del Niño, La
Santa Madre de Dios como ejemplo de discípula y guía de todos los que creen en
su hijo y el buen San José con su ejemplo de confianza y obediencia al Señor,
entre otros.
Luego del Adviento viene la Epifanía y el
bautizo del Señor, para luego entrar en un corto período de tiempo ordinario,
es decir, sin fiestas especiales más que la Sagrada Misa de todos los días y la
celebración diaria de cada Mártir o Santo que ha dejado la Iglesia a lo largo
de toda su historia, los cuales se celebran por lo general el día que fueron
llamados a encontrarse con el Padre, o la celebración de alguna Advocación
especial de la Santa Madre de Dios o de Cristo quienes también siguen
manifestándose a lo largo de la historia
de los pueblos.
Durante este período y ya cerca de iniciar la
Cuaresma se da la celebración de los carnavales, una fiesta popular de carácter
lúdico, la cual no tiene nada que ver con el calendario propuesto por la
Iglesia, sin embargo, al terminar siempre el día martes de carnaval justo antes
del Miércoles de Ceniza, se suele relacionar o
confundir con una fiesta cristiana. La palabra carnaval significa adiós
a la carne y su origen se remonta a los tiempos antiguos en los que por falta
de métodos de refrigeración adecuados, los cristianos tenían la necesidad de
acabar, antes de que empezara la Cuaresma, con todos los productos que no se
podían consumir durante ese período (no sólo carne, sino también leche, huevo,
etc.) Con este pretexto, en muchas localidades se organizaban el martes
anterior al Miércoles de Ceniza, fiestas populares llamadas carnavales en los
que se consumían todos los productos que se podrían echar a perder durante la
cuaresma.
Muy pronto empezó a degenerar el sentido del
carnaval, convirtiéndose en un pretexto para organizar grandes comilonas y para
realizar también todos los actos de los cuales se "arrepentirían"
durante la cuaresma, enmarcados por una serie de festejos y desfiles en los que
se exaltan los placeres de la carne de forma exagerada, tal como sigue
sucediendo en la actualidad en los carnavales de algunas ciudades. Sin embargo, es bueno rescatar su intención original y utilizar esos días para prepararnos
espiritualmente para la celebración del Miércoles de Ceniza y la Cuaresma.
Con el Miércoles de Ceniza, día en que estoy publicando este
artículo se da inicio a un tiempo muy especial llamado Cuaresma, en este día se
hace la imposición de las cenizas en forma de cruz en la frente, para
recordarnos que nuestro tránsito por esta vida es pasajero y recordarnos
nuestro llamado a la santidad. Es una costumbre que nos recuerda que algún día
vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos enseña que
todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que
tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de
nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por
nuestros hermanos los hombres.
Las palabras que se usan para la imposición de cenizas pueden
ser las siguientes:
“Concédenos,
Señor, el perdón y haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la
vida”
“Recuerda
que polvo eres y en polvo te convertirás"
“Arrepiéntete
y cree en el Evangelio”.
Las cenizas que se utilizan se obtienen
quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior. Esto nos
recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.
A partir de este día se da inicio a la
Cuaresma, La duración de cuarenta días proviene de varias referencias bíblicas
y simboliza la prueba de Jesús al permanecer durante 40 días en el desierto
previos a su misión pública. También simbolizan los 40 días que duró el
diluvio, además de los 40 años de la marcha del pueblo israelita por el
desierto.
También
para nosotros, como fue para los israelitas aquella travesía por el desierto,
la Cuaresma es el tiempo fuerte del año que nos prepara para la Pascua o
Domingo de Resurrección del Señor, cima del año litúrgico, donde celebramos la
victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal.
El
camino de Cuaresma va a ser purificar el corazón, quitar de él todo lo que nos
aparta de Dios, todo aquello que nos hace más incomprensivos con los demás,
quitar todos nuestros miedos y todas las raíces que nos impiden apegarnos a
Dios y que nos hacen apegarnos a nosotros mismos.

La Cuaresma tiene cinco (5) domingos más el Domingo de Ramos
(seis en total), en cuyas lecturas los temas de la conversión, el pecado, la
penitencia y el perdón, son dominantes. No es un tiempo triste, sino más bien
meditativo y recogido. Es, por excelencia, el tiempo de conversión y penitencia
del año litúrgico. Por eso, en la misa católica no se canta el “Gloria” al
final del acto penitencial (excepto el jueves santo, en la misa de la cena del
Señor), ni el “Aleluya” antes del evangelio. El color litúrgico asociado a este
período es el morado, asociado al duelo, la penitencia y el sacrificio a
excepción del cuarto domingo que se usa el color rosa y el Domingo de Ramos en
el que se usa el color rojo referido a la Pasión del Señor.
Reflexionar toda esta celebración en todo su contexto, vivirla
intensamente y sobretodo buscar la conversión del corazón, nos ayudará a llegar
a una Pascua más fructífera para nuestras vidas, es decir, que dé más frutos de
amor, perdón y misericordia para nuestros semejantes. Que este año sea para
nosotros un año de éxito, pero no ese que nos vende el mundo, sino de un éxito
espiritual, ese que no se acaba y que nos permite ser felices de verdad.
Bendiciones en Cristo Nuestro Señor, y que la Madre de Dios
nos cuide y nos guíe en este caminar hacia el Padre. Amén.